Veo. Me aturde
La imagen de un padre que lucha por llegar a la orilla de algún milagro,
con su bebe en los brazos, ambos náufragos de un incierto destino. Entonces
una lagrima de impotencia corre por mis mejillas que pronto se ahoga en las
prisas por llegar, en la rutina que trae un nuevo día. Se disipa por las calles
que reclaman mi presencia, ensordece mi llanto y se apaga mi voz. Vuelvo a ser
un zombi devorando y devorado por el consumismo, por un bienestar que muy lejos
esta de ser universal.
Ayer unos niños no comieron más que naufragio
Y sus horas de sueño y sueños no fueron más que las suficientes.
Frágiles cuerpos, de goma según algunos, acomodados bajo el refugio de unos bancos
que ofrecía el parque de algún lugar. Mientras su inocencia agradecía la atenta y protectora
vigilia de unos padres, por cuanto tiempo nadie lo sabe, pues en el camino no solo van
quedando los esfuerzos de una noche en vela.
Padres que no tienen a quien velar.
Hijos que en sus pesadillas nadie acunara.
Mientras tanto yo, seguiré caminando por las calles que reclaman mi presencia, acallando mi conciencia en la rutina de un nuevo día y tal vez mañana o quizás al siguiente me tope con una
lagrima que tan pronto como se seque en mi mejilla, volveré a mi condición de zombi devorando
y devorado por la indiferencia.