Ahora comprendo porque la señorita Rotenmeyer era tan severa,
solo pretendía cuidar lo que mas amaba.
Y el abuelo no era sol el abuelo. Era un sabio entre los sabios. Un guía.
Y Heidi era yo. Una huérfana de padre y madre, como muchos niños
que hoy en día se quedan huérfanos por las mañanas y otros todo el día.
Porque sus padres se han marchado al cielo de las oportunidades,
del estrés, del nunca tiempo para jugar..
Vuelve Heidi, vuelve pronto, para que correteemos juntas
por las praderas de la imaginación, rodando por las faldas de la ilusión.
Y esperemos juntas al atardecer para ver llegar a Pedro con las cabras,
sin olvidar a Niebla que siempre fue chica y no chico.
Heidi tan sencillamente tú.
Con tu fresca ingenuidad como las flores del campo.
con tu gran sensibilidad para descubrir la alegría en cada día.
Abrazando la vida, mirando de cara al sol, perdonando a los tuyos,
con el infinito amor que otorga la sabiduría oculta en la inocencia.
Heidi ven pronto y trae contigo tus hermosas montañas de esperanza.
Porque ahora Clara parece haber tomado tu lugar.
Y encerrados en una hermosa jaula, impedidos por una silla,
vemos las horas pasar. Y las voces de la señorita Rotenmeyer nos
impiden ir mas allá del umbral. Pero créeme no lo hace por maldad,
solo pretende cuidar lo que mas ama en realidad.