Lo que te dije aquella vez
fue como la música
que sentía al verte.
Y el hormigueo en el estomago
como las adolescentes.
Y la alegría de cada mañana
al ver tus ojos claros,
de mirada, por veces,
cómplice y tierna.
Y otras ajeno a toda culpa
de enamoramiento.
Yo confesé aquella vez
como quien confiesa
un pecado mortal.
Y la penitencia fue el silencio
y una vida de soledad.
Y aunque quise,
nunca lo hice
y creo que nunca lo haré.
Preguntar por tu cariño.
Me basta con saber
que siempre has estado
y siempre estarás.
Justo allí,
en aquel horizonte azul
donde se conjugan
tu tiempo y el mio.