Hay momentos en que la propia vida
no basta para aclarar toda una vida.
Pero hemos de comenzar andar por nosotros
mismos sin que la duda salga al encuentro,
cuando entre las pisadas cautivado queda el tiempo
y un beso forma parte de un lejano pero nunca perdido
latido.
Entonces la alegría se envuelve en el silencio cómplice
de las palabras que siempre serán hogar de la tierna mirada
y del anhelante, infinito e impetuoso mar.
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