Entonces le conoció a él.
Bello, fuerte, galante.
En sus grandes ojos vertía el cielo su mirada,
y en sus labios ocultaba su ardiente beso el deseo.
Poco a poco, lentamente, él, una jaula de oro abrió,
ella, a un corazón solitario arropo.
Y se perdían por las calles invencibles del ayer,
susurrando versos, enamorando al alba, olvidando
despedidas en cada bienvenida.
Estaciones de besos que las distancias acortan.
Floreciente oasis que en tórrida y fecunda tierra al
reseco corazón convierten.
Bella la noche que guarda del silencio la mirada
Bello el paso que acompasado fue por el cariño,
Y aunque desterrado se halla de su haber, siempre
sera suyo su querer y libre su entender.
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