Tengo ganas de agredirte tiernamente los labios
dijo la flor al ruiseñor, sabiendo que nunca de
su canto bebería.
Tengo ganas de agredirte tiernamente los labios
dijo el ruiseñor a la rosa, sabiendo que nunca
en su rama posaría.
Cada verso agredía tiernamente su mirada,
ni una consonante mal puesta,
ni una vocal indispuesta,
impedían la tierna agresión que desembocaba
en sus labios.
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