El me miro con sus
ojos de encuentro
y acurruco mi alma
en sus brazos de nido.
Por una breve eternidad
me sentí protegida
de las intemperies del tiempo
y los miedos.
Me llevo a caminar
por laberintos que el
alma aun no conocía.
En las horas en que el silencio
se apodero de la mirada
sus labios salieron al encuentro
del deseo que cobijaba mi cuerpo.
Pero en nuestras manos se albergaba
el adiós tan poco deseado
como el miedo que vuelve
cuando no están sus brazos de nido.
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