No tengo donde buscarte,
no tengo nada que te recuerde.
Y sin embargo, y pese a todo,
sigo mirando el cielo desde el azul
de tu mirada.
Erase una vez que se era,
el gran árbol de la vida, cuando
de sus ramas se columpiaba el amor.
Brisas de olas marinas, suave ternura
en arrullo, que en silencio teje la dicha
cuando susurra el amor.
Pero cada momento baila con su opuesto
y de todo burlándose va.
Convoca el viento su ira y en ráfagas de
ausencia azota las ramas que una a una
desprende de sus hojas el adiós.
Muere la vida surcada por el dolor y en
pequeños trozos yace el amor.
Cenizas que cubren la tierra de un fuego
que quema y abrasa, la llama que esparce
el viento devorando va hasta el perdón.
Y en medio de tanta amargura renacen
semillas de amor, tímidas raíces de esperanza
bajo cenizas de hastío que brotando van a la
llamada del sol.
Nace, renace y muere, porque cada momento
bailando va con su opuesto.
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