Moviendo las caderas al bello
compás del amor fue penetrando
muy poquito a poco en mi corazón.
Al fueguito lento de las caricias fuimos
sucumbiendo y en un vaivén de ganas se
fue meciendo el atardecer.
La luna fue testigo una y otra vez de la
pasión derramada cuando su boquita buscaba
mis labios para beber de ellos el divino
néctar que solo su rose sabia extraer.
Y el amanecer nos fue sorprendiendo
con el sexo en las ganas y el ardor en
la cama.
Tus huellas en mi piel aun se dejan ver
como la luz que ilumina cuando te veo
llegar y todo vuelve a empezar.
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